PLAZA BOLIVAR DE BARINAS

PLAZA BOLIVAR DE BARINAS
ESTATUA PEDESTRE DEL LIBERTADOR PLAZA BOLIVAR DE BARINAS

martes, 28 de enero de 2014

LLANO ADENTRO  EN LETRA VIVA

(Volumen II)


NI PA’ DIOS NI PAL’ DIABLO

Va  el general Ezequiel Zamora, camino a Santa Inés y  se tira por la pica del zamuro coge la playa el Bostero, mas abajito de la Candelaria, sale a Mata Azules, donde llaman  Maporal, sigue por una mata grande que llaman El Amparo, pasa por  el estero negro hasta llegar a La Palma pasa por una parte que llaman la mata de la gallera, hasta que entra por el camino del Cucharo y llega a los campos de Santa Inés.
Zamora, coge camino hacia el pueblo entrando por la calle Real y a media cuadra de la iglesia a la salida del viejo cementerio se detiene frente a la casa Ribereña donde vivía el cabo Martin Espinoza, quien ya era celebre y temido por su modo de hacer la guerra.
Allí estaba el indio  Martin Espinoza, como pensando en malos presagios, acostado en un catre de cuero de toro matrero.
Zamora, va a la pulpería de la esquina de la plaza, sombreada por los majestuosos e imponentes samanes, manda a llamar a Espinoza con un soldado, el soldado cumple la orden.
Estando Espinoza renco y acostado en la casa Ribereña llego el soldado a buscarlo y le dijo:
-       Al general Zamora que haga el favor de ir  allá.
El cabo Martín Espinoza repuso maliciosamente.
- Dígale a su general que me es imposible ir ya que no puedo caminar.  
Espinoza se había cortado un jarrete donde llaman el estero del Padre, cerquita del pueblo de Santa Inés. Se lo corto cuando fue a naricear  un novillo y el animal cabeceó y lo corto.
-Mi general el cabo Espinoza le manda a decir que no puede venir porque tiene un jarrete cortado.
Dadas estas circunstancias Zamora lo mando a buscar en una silla de cuatro manos y cuatro máuseres.  Al llegar los  soldados a la casa Ribereña,  Espinosa sin temblarle la voz les dice:
-          A yo se pa’ que  el general me manda a busca, ya se me va a fusilá.
En toda la esquina de la plaza, frente a los frondosos samanes, estaba la pulpería donde se firmaba el ejecútese  de la sentencia de muerte del indio Martín Espinoza, por el hecho de llevar la guerra por su cuenta, tal vez  por el odio profundo hacia los oligarcas que lo convirtieron en un verdadero sanguinario. Producto dela venganza que juro hacerle a los ricos y blancos desde que un grupo armado del gobierno le violaron y asesinaron su mujer, una indiecita muy agraciada que desde muy moza compartía su vida, desde cuando el indio era balsero del Guanare viejo y vivían en una casita empalmada en las sabanas de Guanarito. Ese hecho lo convirtió en el celebre sanguinario que no le temblaba el pulso para pasar por las armas a todo aquel que oliera a gobierno, solo se le oía el celebre grito: “engrille caray”  y la victima era decapitada al momento.
Espinoza, llega a la plaza y bajo la sombra de los frondosos samanes se quita el anillo de oro de dieciocho quilates y ostentoso diamante que le había arrancado con dedo y todo  a un godo en Barinas. El anillo lo lanza hacia los pastizales frente a la  calle Real, escuchándosele en su fuerte y temida voz: “Ni pa’ Dios ni pal’ Diablo.
            Lo  boto lejos. Lo buscaron, y no hubo modo que lo consiguieran. Lo buscaron y lo siguen buscando como aun se buscan las ansias de redención social.
El indio Martin Espinoza hizo la revolución a su modo, nunca supo de federación, ni de doctrina alguna;  con su ejército de hombres hambrientos y sedientos de igualdad social, cargado de rabia y sed de venganza, que causaba pánico a sus mismos compañeros en sus arengas guerreras gritaba eufórico: “vámonos pa’ Caracas a matar todo el que sea blanco, todo el que sepa leer y escribir y todo el que sea rico”.

*Otro de los capítulos que conforman mi libro: “Entre nieblas y sabanas, relatos de la federación. Próximo a publicarse

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